DESDE ADENTRO
Cuando el embarazo es un “PROBLEMA”

Cecilia, de 28 años, se encontró en una situación que para ella era insostenible. Había quedado embarazada ejerciendo la prostitución. Se sentía sola y atrapada. Sin pensarlo demasiado, acudió a pedir la ayuda que, ella creía, era la única “solución”.

Cuando recibió la noticia, Cecilia pensó que no tenía opción. En su desorientada búsqueda, encontró a quienes ayudaban a mujeres con embarazos inesperados, creyendo que ellos le facilitarían el camino para abortar. En este lugar la atendieron y hablaron largamente con ella; pero Cecilia se sintió molesta y, sobre todo, sintió que no era la respuesta que buscaba. Pasaron muchos meses y quienes la habían escuchado no supieron más de ella.

Hoy sabemos que esa charla en ese lugar anónimo, ese día, ese encuentro, para esta mamá, tuvo un nombre: nació Celeste y cambió la historia.

La vida es tan generosa que nos dio el regalo de recibir la noticia del nacimiento nueve meses después de aquel encuentro. Cecilia, con su beba en brazos y sus ojos llenos de lágrimas, se acercó a nosotros y lo primero que dijo a quien le abrió la puerta fue: “Vine hasta acá para decirte a vos y a todos los que trabajan con vos que no se cansen nunca de hacer lo que hacen; porque en este lugar fue la única vez en mi vida que me sentí tratada como un ser humano”.

El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. El 25 de este mismo mes, celebramos el Día del Niño por Nacer. Haciendo referencia a estas fechas y a mis diez años de experiencia escuchando e intentando orientar a mujeres embarazadas con intención de abortar, es que quiero difundir lo que aprendí de ellas.

En un primer momento, con una mirada un poco lineal y simplista del tema, todo lo que sabía y sostenía era que una mujer piensa en abortar al verse presionada por factores económicos, sociales y familiares. Incluso llegué a creer que podía tratarse de una decisión impulsada por razones puramente egoístas.

Con una lectura más profunda y enriquecida por la experiencia, descubrí que el tema es mucho más complejo. Ninguna mujer quiere –conscientemente– quitarle la vida a su hijo. Lo que quiere es deshacerse de lo que para ella, en ese momento, es un problema.

Por eso, para que una mujer piense en abortar, necesariamente tendrá que deshumanizar a su hijo. Es decir, no verlo como una persona, sino convencerse de que se trata de “un conjunto de células”, “un manojo de tejidos” o, simplemente, “un atraso a tiempo de corregir”.

Al sumergirme en sus historias, entendí claramente que esto ocurre porque ellas mismas, de alguna u otra forma, también fueron deshumanizadas. Son mujeres que no logran valorar su propia vida y presentan, casi todas, una gran dificultad para aceptar lo no planeado.

Si bien la raíz de estas características está en historias personales ligadas, muchas veces, a experiencias de maltrato (abuso y/o negligencia infantil), también tienen estrecha relación con mensajes imperantes en la cultura actual. Hoy, la vida es muchas veces cosificada. No se la valora en sí misma, sino más bien por sus circunstancias. Además, el hombre pretende dominarlo y controlarlo todo, dejando muy poco, o prácticamente nada, librado al transcurso natural.




Dos víctimas
Por todo esto me animo a decir que, cuando nos encontramos con una mujer embarazada con intención de abortar, estamos frente a dos víctimas: la mujer –víctima de su propia historia y de la cultura actual–, y el bebé, a quien se decide quitarle la vida.

Considerar que la mujer es víctima no significa justificar el aborto, pero es fundamental a la hora de entenderla y encontrar la forma de ayudarla, “corriéndola” de ese lugar. El aborto atenta nada más y nada menos que contra la vida de un hijo; pero a la vez, es un hecho sumamente autodestructivo para la mujer. Hay quienes dicen que con el aborto "una parte de la mujer también muere". Es sabido que por la ética universal del mutuo beneficio “no podemos beneficiarnos a expensas de los demás”, es decir que una mujer que termina con la vida de un individuo de su misma especie (y, además, su hijo) sufre inevitablemente un daño, una profunda herida en su propia naturaleza. Sabiendo que ninguna mujer quiere realmente el aborto para su vida, es como podemos empezar a ayudarlas.

En primer lugar, cambiando nuestra mirada hacia ellas. Una mirada que juzga, condena y castiga nunca puede ayudarlas. La mirada que puede salvar al bebé y a ellas mismas es aquella que está llena de comprensión, compasión y misericordia. Entendamos que jamás podrán querer a su bebé si no se sienten queridas por nosotros. En segundo término, apelando a la verdad más profunda que está adentro de ellas. Confiando en que ellas tienen la capacidad de descubrir que lo que llevan adentro es una vida, que es su hijo y que el aborto no es algo bueno. Está demostrado científicamente que entre la mamá y el bebé, desde el momento de la concepción, comienza a establecerse un vínculo único e irrepetible, más allá de que ese embarazo sea aceptado o no por la mujer. A través de la placenta, la mujer sujeta, alimenta, da calor y oxígeno a ese bebé. Hay quienes afirman que no existe un vínculo más íntimo entre dos personas. Por eso, si bien desde lo racional muchas veces desean terminar con la vida de su hijo, el deseo real (a veces inconsciente) de cualquier mujer es el de cuidar y continuar este vínculo (de su ruptura se desprende el llamado síndrome post aborto). Es por esto que, estando todavía a tiempo de evitar el aborto, es importante ayudarla a que pueda entrar en contacto con esa parte de ella misma que está “abrazando” a ese bebé, tanto desde lo biológico como desde lo psicológico.

De esta forma, desde un clima de comprensión y cariño, podemos contribuir a la re-humanización de esa mamá, para que luego sea ella quien pueda re-humanizar a su hijo. Así, seguramente, se habrá sentido Cecilia. Se reconoció y valoró a ella misma; sintiéndose aceptada, querida y comprendida, y desde ese nuevo “lugar”, es que pudo reconocer a Celeste.




Texto: Lucila Dondo / Foto: Rosario Lanusse
Revista Tigris,  Buenos Aires, Argentina.
Edición de Marzo de 2009
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