EDITORIAL
Aborto e intolerancia

La intolerancia mostrada por grupos abortistas en Tucumán no puede ser un ejemplo de cómo nos manejamos como sociedad.

Semanas atrás, en Tucumán, se realizó el 24° Encuentro Nacional de Mujeres Autoconvocadas, que logró reunir a unas 6000 asistentes para debatir sobre temas en común, como la reivindicación de género, la violencia doméstica, la trata de blancas, la salud reproductiva y la defensa del derecho a abortar. Las congresistas se reunieron en mesas y talleres de trabajo, con importante presencia de la población femenina tucumana. Las conclusiones, en general, no fueron favorables al planteo abortista, punto principal del encuentro para algunos grupos que habían llegado muy organizados. La irritación causada por ese rechazo a sus consignas derivó en marchas de activistas hacia los templos donde los fieles se habían congregado para defender sus iglesias mediante la resistencia pasiva, sin reaccionar a las provocaciones.

La agresión fue muy violenta, como quedó demostrado en las crónicas fotográficas de los medios, con un despliegue de grosería inusitado. Una verdadera muestra de intolerancia de grupos que, aparentemente, habían llegado hasta ahí para protestar por lo que consideran la "intolerancia de los otros".

Es lamentable que quienes de palabra predican la no violencia en su defensa de la no discriminación, terminen ejerciéndola y discriminando duramente a quienes no piensan igual. La democracia expresada en las mayorías no acompañó a los activistas abortistas en sus pretensiones, y ello bastó para desatar la violencia.

Dejando de lado toda connotación religiosa o antirreligiosa del penoso incidente, vale la pena detenerse en una visión puramente humana de la cuestión, para concluir que no hay nada más importante para el hombre que su propia vida. No hay violencia mayor que la de dar muerte y, en este caso, a un ser más débil e inocente. Predicar el aborto es un típico acto de autoritarismo, aplicar sobre el más débil la ley del más fuerte (la madre, la sociedad o quienes apoyan estas posturas) frente al niño por nacer. Esta suerte de contracultura atenta contra una evolución que pareciera insinuarse en la humanidad hacia la protección de todos los que tienen necesidades especiales.

Es necesario impedir la muerte del niño, pero a la vez se debe ayudar a la madre para que pueda conservar esa vida y, si no pudiera o no quisiera, para que pueda respetarla y entregar en un acto de amor a su hijo ya nacido a tantos que añoran poder recibirlo en adopción. El Estado debe apoyar estas decisiones y contribuir en su implementación para ayudar a quienes respetan el más sagrado de los derechos: el de la vida. Debe proveer apoyo económico, asistencia social y psicológica para superar un momento, sin duda, difícil para cualquier madre.

Los activistas de Tucumán pusieron de manifiesto una intolerancia y un repudio frente a posturas diferentes que tomó por carriles que como sociedad no podemos promover. Respetar el incuestionable derecho a vivir es ennoblecer la especie humana; es crecer en dignidad. Teresa de Calcuta decía respecto de los niños por nacer que iban a ser abortados: "Entréguenmelos a mí, [y] si aceptamos que las madres maten a sus propios hijos, ¿cómo podemos pedirles a otros que no maten?".











Fuente: La Nacion.com